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Vuelos parabólicos: una experiencia fascinante

José Ospina-Valencia
30 de noviembre de 2010

A mi mismo me parece aún increíble. A miles de metros de altura conocí la ingravidez. Haber sido el 1er periodista latinoamericano en vivirlo es un honor que quiero compartir. Aquí trato de describir lo indescriptible.

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El periodista de Deutsche Welle José Ospina-Valencia y el alcalde de Colonia-Hohlweide en "estado de ingravidez".Imagen: DLR

Tratar de escapar a la fuerza de gravedad se puede convertir en una aventura inolvidable. La operación a la que me invitó a participar el Deutsches Zentrum für Luft- und Raumfahrt, el Centro Alemán de Investigaciones Aeroespaciales (DLR), no tenía nada que ver, sin embargo, con aventura y diversión.
 

Los vuelos parabólicos son una de las acciones más complejas que la aeronavegación moderna puede realizar. Algo que es sólo posible por la estrecha cooperación profesional entre socios de la ESA, la Agencia Espacial Europea. Mientras Alemania es líder mundial en el uso de este medio para desarrollar investigaciones en condiciones de ingravidez, Francia ofrece la mejor infraestructura para realizarlo. Europa realiza vuelos parabólicos sólo con fines científicos. Nada de circo para adinerados que pagan por experimentar la sensación.

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Científicos y expertos invitados por el DLR tras la operación Gravedad Cero.Imagen: DLR

En Alemania el DLR organiza dichos vuelos tras una minuciosa selección de experimentos provenientes de institutos, universidades y la empresa privada. Y en su ejecución, la agencia francesa Novespace es la campeona mundial en esta disciplina sin competidores.

Por primera vez en castellano

Para mí y 39 personas más, la cita fue en el aeropuerto de Burdeos del 26 al 27 de noviembre de 2010. El equipo estaba compuesto por científicos del DLR expertos en aeronáutica, física, transporte, logística, comunicaciones y cinematografía en 3ª dimensión e investigadores que desarrollaron cinco experimentos. Pero también personas cercanas a las ciencias que promueven la investigación en Alemania, como el rector de la Universidad Técnica de Dresde, la encargada de Relaciones Internacionales del Senado de Bremen, así como representantes de la OTAN, Airbus, Lufthansa, el Parlamento Europeo, el presidente de la Asociación Federal de la Industria Alemana (BDI), pero también el alcalde de Colonia y yo como periodista de Deutsche Welle.

En todo sentido un estreno. Era la primera vez que se invitaba a un medio online y a un latinoamericano. La transmisión de la operación a través de Facebook y Twitter fue, igualmente, una premiere. Nunca antes habían tenido oportunidad los usuarios de un medio europeo en Perú, México, Colombia, Argentina, España e incluso en Brasil, de seguir tan de cerca el desarrollo de una operación tan importante como fascinante.

Después de la asistencia al simposio científico dentro del cual están enmarcados los vuelos parabólicos, llegó el día de la verdad. Con apenas un jugo de naranja en el estómago, elegí la inyección de una dosis de escopolamina - y no las cápsulas - con la esperanza de que la sustancia fuera más efectiva en la práctica “paralización” del tracto digestivo. ¿El fin? Impedir el vómito durante las parábolas. Esto me era más importante en el momento que los efectos secundarios anunciados por el médico: glaucoma y aumento del tamaño de la próstata.

Y en efecto. No habían pasado cinco minutos cuando ya sentía hasta la lengua casi entumecida. A ésto se agregaba un desaliento que temí fuera a dominarme por completo. Pero tan pronto se anunció el abordaje del imponente A 300 Zero Gravity mi propia producción de adrenalina se encargó de equilibrar mi organismo que luchaba entre la debilidad, la expectativa y una no despreciable porción de temor.

Durante meses escuché de familiares, amigos y colegas que ellos nunca harían algo así. Que si me había vuelto, ahora sí, definitivamente, loco. Que si había comprado seguros de vida para mis candidatos a dolientes. Hasta un día anterior amigos del alma me llamaron para tratar de convencerme de renunciar a tan “descabellada acción”. La mayor presión empero, venía de mí mismo. No porque no confiara en la técnica, sino porque temía que mi organismo se rehusara a lo que mi mente quería. Pero mi insaciable fascinación por las ciencias, el espacio y el periodismo fueron, de nuevo, más fuertes que todo. ¡Por fortuna!

Con humor se sobrevive...

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El Airbus 300 Cero Gravedad, única nave en el mundo en su género.Imagen: DW/Ospina-Valencia

Me senté en una de las 20 sillas acondicionadas justo detrás de la cabina de mando. Las otras 20 están ubicadas en la cola. Se siente lo fácil que es para un aparato construido para llevar 300 personas, despegar con apenas cuatro decenas.

A mi lado iba una chica alemana que realizaba a bordo un experimento para la Universidad de Zúrich. Ambos concluimos en que en el peor de los casos, es mejor morir en tan reconocida y singular expedición que ser arrollado por un camión de carga. El humor “negro” es, a veces, necesario para sobrellevar situaciones extremas.

Pero algo nos hizo de pronto enmudecer a todos: un estruendo y una luz invadieron el avión. Yo lancé una mirada hacia la turbina izquierda y vi como un rayo la impactaba. Silencio sepulcral, nada de pánico o gritos. La preparación para el vuelo había sido tan efectiva que la confianza era grande.

Así como ante algo desconocido los pasajeros de un avión buscan interpretar la mímica de las azafatas, así buscaba yo enterarme de la gravedad de la situación. Podía percibir que el personal de seguridad se dirigió a la cabina de mando y los ingenieros buscaban contactar a la torre de control.

El silencio fue pronto desplazado por una profunda desilusión. Todo parecía que las parábolas iban a tener que ser canceladas. El riesgo era muy grande que los rayos, porque también la turbina derecha fue impactada, hubieran dañado puntos vitales para la seguridad. Y pronto la desilusión fue aplacada por la convicción de que una misión como ésta no es ninguna aventura y que la seguridad de todos es lo que prima. El capitán Pichené terminó con la incertidumbre: “Regresaremos a Burdeos e intentaremos aterrizar sin novedad. Nos darán prioridad!”.

¿Aterrizaje de emergencia? – Nunca se mencionó, pero de eso se trató. Lo vimos cuando los bomberos esperaban que el A 300 tocara pista para seguir el aparato a toda velocidad previendo que no pudiera detenerse.

Las caras eras largas y la policía subió apresurada la escalerilla a registrar el incidente. Se inspeccionaría el avión en búsqueda de los orificios de entrada y salida que, a menudo, dejan los rayos que pueden quemar conexiones vitales para los sistemas electrónicos.

Tras una hora de espera y un inesperado almuerzo que echaba por tierra el férreo ayuno necesario, algunos concluyeron que ya nunca en su vida podrían volar una parábola. Otros, entretanto, vieron la oportunidad de su vida para desistir de la idea.

El reporte llegó más rápido de lo esperado. En 30 minutos volveríamos a despegar. Las papas que comí pensando en que ya la misión había sido cancelada habría de maldecirlas más tarde.

¿Cómo se siente la falta de gravedad?

La pregunta la tenemos casi todos a flor de boca. El espacio y los fenómenos naturales siempre me fascinaron desde los salones de clase en Cajamarca, un pueblo en los verdes y altos Andes colombianos. Durante el último año había leído varios libros sobre la gravedad y los experimentos que en el mundo se realizan en ingravidez, además de devorarme toda la información suministrada por el DLR con motivo de los vuelos parabólicos planeados. ¿Quién no ha visto las imágenes de los astronautas flotando? Aún así, todo eso se queda corto cuando después de la dura primera fase de cada parábola se siente la ingravidez: las primeras veces el cerebro nunca está preparado lo suficiente para actuar en tan excepcional situación.

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José Ospina-Valencia, "diplomado" en Cero Gravedad. A la dcha. el Prof. Johann-Dietrich Wörner, director general del DLR y a la izq., Ulrike Friedrich, Jefa del Programa de Vuelos Parabólicos.Imagen: DLR

El comandante Pichené lo anuncia en segundos en su simpático inglés afrancesado: “60, 40, 20, 10, ...3, 2, 1 ¡Injection!”. En milésimas de segundo, paso de sentirme pegado al piso del avión como si yo mismo fuera una roca a sentir la liberación total de todo peso. La incredulidad del estado lo deja a uno perplejo, “paralizado”. Pero aquí no vale este término, puesto que ahora es la falta de gravedad la que dirige mis movimientos y su dirección y no yo. Acostumbrados a estar sustentados o sujetos a algo, la ingravidez nos deja sin brújula, sin bastón, sin piso, sin asidero.

El cerebro ordena a todos los músculos buscar sustento, por eso me vi volando como un falcón pero pataleando como una rana. De ahí vienen los dolores musculares como si hubiera corrido un maratón. Necesité varias parábolas para confiar en esa nueva dimensión y entregarme a ella con la alegría de un niño y la fascinación de un adulto.

Los límites del periodismo los dicta la naturaleza

Entre todo esto, experimenté también los límites de un “periodista multimedia” que, al mismo tiempo, tenía que dominar varias cosas del todo incompatibles: la grabadora, la cámara fotográfica, la de videos, la ingravidez y el vómito. Quería recoger el testimonio del alcalde sobre la ingravidez cuando de pronto fui lanzado sobre sus hombros quedando el periodista y el entrevistado enredados y pegados al techo. Un caos al que se sumó el ejecutivo de Lufthansa. No pudiendo atender el conteo regresivo de regreso a la gravedad caímos al piso uno sobre otro provocando un ruido estrepitoso.

Pero el mareo sólo llegó durante las últimas cuatro parábolas y era de esperarse: yo quería tomar fotos del impresionante ascenso con 47° de inclinación que realiza el avión, durante el cual las alas se doblan hasta dos metros. Para eso tenía que romper la ley: no mover el cuello ni los ojos durante la etapa de hiper-gravedad, cuando se siente el doble del peso.

Además de experimentar la doble fuerza de gravedad de la Tierra y la falta de ella, alcanzamos otras cumbres gracias a parábolas especiales: sentir la gravedad como en la Luna y en Marte. Un destino cada vez más atractivo en el que ya se trabaja. En Alemania, Rusia y China.

Autor: José Ospina-Valencia

Editor: Pablo Kummetz